...”la
exigencia de la literatura me ha hecho ser un dibujante, de la frase, de la
imagen”... A.C.
Adolfo Couve nació
en Chile. Fue un hombre dedicado a dos facetas del arte; la literatura y la
pintura. Se considera parte de la escuela realista. “La escuela realista a la que me adhiero, más que una porfía o lo que
podría pensarse como un anacronismo, es en mí un sentir profundo. Tal vez por
mis ancestros franceses, siempre he mirado el arte de la prosa como un desafío
de exactitud, donde el contenido y el lenguaje deben restringirse en beneficio
de un todo armónico, que intente la controvertida belleza. De allí que mis
modelos hayan sido los escritores galos, sobre todo los del periodo que va
entre los dos napoleones. Me refiero a
Balzac, Stendhal, Flaubert, Maupassant, Merimée, Michelet, Rénan y
tantos otros.
Cuando comencé a escribir
me tracé una meta, no me importaron ni las vanguardias locales ni las modas;
quería alcanzar una prosa depurada, convincente, clara, distante, impersonal,
unos renglones donde tuviera que corregir y corregir; aprender a hacer bien la
tarea, leerlos en voz alta, castigar el contenido y el lenguaje, intentar ese
engranaje que da como resultado, más que un libro, un verdadero objeto.
Biografía
Couve nació en
Valparaíso en el año 1940. Fue criado bajo el cuidado de jesuitas y su padre,
que fue cónsul de Roma. Desde pequeño fue retraído, rebelde para su época. Hay
registros que dicen que a los 9 años escribió su primera novela. Otros aseguran
que el Couve pintor nació antes que el escritor, cuando su tío José le regaló
una caja de pinceles a los doce años. Con ella es que pinta Racimo de payasos,
obra con la que Couve se estrena en la pintura. Estudió en el Colegio San
Ignacio, en la escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile, en L Ecole
des Meaux Arts de París y en The Arts Student League en Nueva York.
El pintor, con un
concepto de belleza muy propio, se basa en la belleza del instante, de la luz,
de lo evanescente, de encontrar la poesía en los pequeños gestos cotidianos –
dice Guillermo Machuca, profesor de teoría del arte de la Facultad de Arte de
la Universidad de Chile.
Couve estaba
convencido de que el artista
era un ser solitario. Su planteamiento se oponía a la visión marxista del arte
que plantea que el artista se debe a las circunstancias sociales de su época y
que su obra es fruto de las condiciones políticas en las que este se
desarrolla. Para él, el artista no necesitaba de procesos ni causas que
defender ni ideologías en las que apoyarse. Adolfo era de la idea de que el
pintor no debía contaminarse para ser universal. Lo universal es la forma, y el
equilibrio de la forma es la belleza.
En relación a su
prosa, el escritor se muestra como un ser dotado de un talento perfeccionista,
tanto así que escribir El pasaje, le provocó estrés, debido a que cuando se
embarcaba en una obra se sumergía en ella hasta que, ésta por sí sola lo
convenciera. Como dicen algunos, Couve escribía
y a su vez, su prosa tomaba peso en el papel. Los temas que trata en sus
novelas son; el amor, la pintura, las relaciones maritales, todo envuelto en
preciosos ambientes, descritos con la particularidad de Couve.
Lamentablemente, lo
que pocos saben es que el artista sufría de depresión. Había buscado una
soledad que irremediablemente lo dañaba. En 1976 se va a vivir a Cartagena. “Yo
me quería ir de Chile. Y de hecho me fui, porque Cartagena es distinto a Chile.
Como ahí no había plata, no lo habían destruido todo, no habían convertido las
cosas en otras cosas. Había techos con árboles encima, había caminos de ripio,
había recuerdos de la infancia”, le dijo en una entrevista a Cristián Warnken.
Vivir le provocaba
angustia. Estuvo en tratamiento siquiátrico. Fue paciente de Lola Hoffmann. Al
momento de su muerte la cuenta telefónica registraba 65 llamadas a un primo
hermano psiquiatra de Concepción. Llamadas de una hora. El 11 de marzo era un
tercer intento de suicidio. Antes lo había hecho colocándose una bolsa plástica
en la cabeza, luego la llave del gas y finalmente la horca. Se había
desconectado de toda su familia. La única persona a la que seguía ligado era a
su tío José, que en los últimos años vivía en estado vegetal.
Nunca quiso aceptar
la terapia. Sabía que aquello implicaba la ingesta de psicofármacos que actúan
sobre la corteza cerebral, en donde se escondía su talento creativo. Entendía
que el viaje había que hacerlo liviano. Y se desligó de casi todo. Algunos
creen que cuando ya no tuvo más que decir, cuando cerró los círculos de su obra,
decidió despojarse de lo único que le iba quedando. Quien sabe si aquello fue
lo último que pensó antes de saltar al vacío con la soga al cuello en esa larga
madrugada del 11 de marzo de 1998.
Bibliografías
Del autor: Alamiro
1965, En los desórdenes de junio 1970, El picadero 1974, El tren 1976, La
lección de pintura 1979, El pasaje 1979, Cuarteto de infancia, obra que reúne
las cuatro obras anteriormente mencionadas 1989, La copia de yeso 1989 El
cumpleaños del señor Balande 1991, Balneario 1993, Cuando pienso en mi falta de
cabeza, 1966, entre otros manuscritos.
Para escribir este
artículo:
Prólogo del libro
Cuarteto de infancia. Adolfo Couve. Cartagena – Chile, mayo de 1996. Pág.7
La vuelta del
artista. Marcelo Simonetti. El Mercurio. Revista El Sábado. 30 de agosto de
2002.
Adolfo Couve: Entre dos talentos. Beatriz
Berger. El Mercurio. Revista de Libros. 5 de septiembre de 1998. Pág. 7
Textos
El
picadero
Cuando entramos en París llovía. Unos goterones sucios
daban sobre los postigos cerrados de ese domingo por la mañana. El taxi cruzó frente
al Lovre, y mi madre me lo enseñó. Yo lo recuerdo al revés. Siempre acontece
que lo que se ve por primera vez, se ve mal ubicado. Con el tiempo los sitios
ocupan el lugar común y se entienden. Pero así, una ciudad sorprendida en un
domingo por la mañana es distinta.
¡Yo que había soñado con una capital grandiosa, una ópera
espléndida, y grandes galerías y personajes célebres en cada esquina! Difícil
fue encontrar un restaurante abierto, y por lo medido de la mantequilla, los
contados terrones de azúcar, y la poca leche que vertían en la taza, me di
cuenta de que en Europa se come mal. P. 71.
El pasaje
A pesar de ser un niño modesto, vestía con un cuidado
excesivo, y la arrogancia que denotaba infundía cierto respeto. Llevaba los
cabellos rubios muy cortos, y el mechón de pelo que por lo general cae sobre la
frente de las personas de su edad en él estaba cuidadosamente engomado,
formando un gracioso copete. El rostro era ovalado, pero no terminaba en punta,
sino en un mentón inusitadamente firme para sus cortos años. Los ojos celestes
y rápidos permanecían entrecerrados por la fuerte luz de la calle. La agudeza
de esa mirada contrastaba con la inexpresividad aparente de sus rasgos. La
nariz respingada y el labio superior fino hacían al rictus curvarse, lo que le
daba un aire despectivo, casi insolente, como de alguien profundamente herido
que ya no espera nada de nadie. P. 234.
La comedia del arte
Rogó a su corazón que palpitara por un tiempo para él,
que sus venas poco a poco recuperaran su elasticidad, que sus encías sujetaran
dientes y muelas; pidió a su cabeza no olvidara nombres, ni fechas, a sus ojos
que no exigieran un nuevo aumento en sus anteojos, a sus huesos flexibilidad, a
los riñones dar curso libre a los líquidos, a la cintura no caer en rigidez, a
la espalda soportar por unos años todavía la carga de un cuerpo que prometió
dejar en el peso adecuado.
Después de todo habíase vuelto vagabundo, iba de una
situación ajena a otra, era el embajador de nada, el recadero del ocio, el
agregado cultural de Cartagena, sin que nadie le encomendara misión alguna.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario