18.2.07

V Región

Este texto lo escribí hace mucho tiempo, incluso lo publique en Pájaro verde. Lo dejo acá con la intención de hilar muchas historias en mi periodo de universidad y sacar los mejores escritos.
Sobre Valparaíso…

Llegué a esta ciudad en busca de un título universitario. Sin embargo, en ocasiones suelo sentarme en alguna escalera a mirar la extraña estructura que tiene Valparaíso.
En nuestro puerto los perros duermen, mientras una micro avanza, cambia la luz del semáforo y los seres caminamos hacia un destino indescifrable. Un niño toma la mano de su madre. Otra mujer se detiene a observar una solera de moda. Un hombre acaba de recoger un peso que encontró en el suelo. Un mendigo recoge la basura de los que vivimos en forma sistémica. Una mujer observa a su pareja con fisonomía de enamoramiento y un gay camina por Pedro Montt buscando una tienda para envolver un regalo. Otro compra el diario del día. El señor del colectivo ha encendido un cigarro entre la puerta abierta de su taxi y su colega que de cerca le habla algo para terminar la tarde. El sol rebota en los miradores. Los porteños suben los cerros y encienden las luces del árbol de Pascua. Una mujer espera su próximo descanso, ya que un cáncer la aqueja y se ramifica en ella. La luz no llega a su pieza, pero por una ventanilla alcanza a ver la estatua del ángel del cementerio Nº 2.
Tierra en el puerto, tierra y basura a la vez en nuestro patrimonio porteño. Los niños, los hombres, los todos caminan ejerciendo fuerza en sus músculos para avanzar y dar vueltas, dan vueltas porque todos damos vueltas y a veces es increíble atreverse a observar como sube un auto una calle empecinada y al mismo instante baja un bus borracho de pasajeros que también van.
Miremos la mutación que la industria cultural provocará en nuestro puerto. Las instituciones están abiertas a la comunidad. Los fondos concursables juegan una suerte de originalidad para quien se inserta en proyectos. Las metas nacionales no son simétricas. El líder vecino ha ocasionado aún más desorden. Los adoquines de la Plaza Ecuador están siendo vistos por la Gran Europa. El comercio ha caído en una verosímil crisis que hace que se produzcan productos tan pequeños y desechables que responden a los bolsillos de una muchedumbre miserable. Los lanzas del puerto tienen los colmillos afuera, listos para ultrajar a todo aquel que posea algo, algo, algo material, dinero, dinero, dinero para sobrevivir.
En los próximos años los alcaldes serán personajes sensacionalistas de la caja cuadrada y las instituciones seguirán sobreviviendo de la cotidianeidad de quien las ocupa. La autogestión será un término intrínseco para cualquier persona. Lo tangible será tener hijos invitro y la clonación permitirá la repetición de engendros que decidirán hacer de sus vidas eternas compras para satisfacer sus necesidades ficticias y tener cualquier cosa, pero tenerlas sin hacer nada.
Señores, en nada hemos evolucionado. El secreto de la humanidad está guardado bajo siete llaves. Es por esto que ya no hilo delgado, a veces creo que la respuesta está en lo próximo.
Veamos a los maestros de la construcción. Ellos poseen las garras del tecnicismo en sus espaldas. El cemento se ha quedado plasmado en sus codos secos y sus siluetas no son las de u hombre erguido, sino que se han ido achicando como un jorobado que alguna vez escondió su fealdad en un castillo también de cemento.
Tenemos todo ¿o no? Tenemos micros, chicles, pelotas, gorros, cremitas, ropas, telas, chalas, enchufes, ollas y botellas; elementos que necesitamos, todos desechables y con la posibilidad de volver a comprarlos.
¿A dónde va el tiempo que uno usa cuando hace una fila en el supermercado? ¿A dónde quedan las colillas que uno tira al suelo cuando fuma y fuma por las calles de Valparaíso? Quizás las colillas se adhieren al cemento de nuestra ciudad, ciudad Patrimonio de la Humanidad.