26.12.07

II Parte Un tour por Mendoza y Chile

Al otro día fui al Congreso, allí me encontré con colegas de acá. Me sorprende que los profesionales chilenos sean más amables en otras partes, ¿será porque nos sentimos solos?

Yo escribo esta historia porque me han pedido que lo haga, es para intentar resolver mi inconsistencia interna. Dudo que lo logre, escribir es algo muy raro, pero no quiero abusar del papel blanco...Ah, hay algo que en Argentina me llamó mucho la atención y no solo a mí, a una colega que se llama Inés, también le pareció curioso. Las hormigas de los patios de la Universidad de Cuyo, pudimos observar que las hormigas son el doble de grandes que las hormigas de acá. El profesor Rosa debe saber la razón del tamaño de las hormigas de Mendoza de los patios de la Universidad de Cuyo.

Ya en la residencial le pregunté a la señora que me atendió si podía ver televisión en el holl, ella dijo que si. Mi interés no era ver televisión, presté atención un rato, estaban dando una teleserie en donde los actores eran jóvenes, casi adolescentes, gritaban mucho, la teleserie se llamaba Montecristo, dejé de prestar atención, me puse a mirar por la ventana hacia la calle. Pasaban los autos, yo veía las patentes, son al revés de acá, me refiero a los colores, la gente pasaba, yo me veía como una extranjera que veía esa circunstancia desde lo amable, creo que esa sensación es muy común cuando uno viaja, estar en un lugar desconocido provoca ver los días con más expectación que lo habitual. Yo seguía en la divagación de mis pensamientos, de repente llegó un grupo de personas al holl, ellos pertenecían al coro de ópera, esperaban al maestro para tener una clase de canto, preparaban una presentación, pero faltaban algunos integrantes. De repente comenzamos a cruzar palabras, me invitaron un café frente a la plaza, yo busqué mi cartera y me fui con ellos.

Esas situaciones son las que más me gustan. Me encanta conocer gente, sobre todo ese tipo de conexiones que no tienen por que ser, sin interés de por medio. Nos escuchamos, nos reímos, me dijeron que entre Argentina y Chile hay una gran hermandad. Luego nos despedimos y yo agradecí su invitación.

El resto de los días fueron volar sobre el piso, conociendo, bebiendo mucha agua mineral, mirando desde la visión más real que pudiera. Descubrí una ciudad dañada por la economía, pero rica en vida social. Mucha gente en la calle, algunos bailaban en las esquinas, muchos turistas y los argentinos trabajando para cumplir con la demanda diaria.

Unas amigas colegas me invitaron a alojar a un departamento, yo acepté de inmediato, Me quedé tres días en la Casa del maestro y el sábado por la mañana me cambié con ellas. Hablamos de todo un poco, hablamos sobre la profesión, la brecha tecnológica, social y económica que hace que aunque hablemos el mismo idioma tiremos el buque hacia distintos puertos. Entre comentarios de la jornada y otros varios, el día sábado salimos a caminar, fuimos a librerías, restaurantes, anduvimos mucho en taxi, caminamos por plazas y ferias de artesanía. Otras colegas me invitaron a una excursión. Acepté, me junté con ellas en la calle San Martin. La salida fue algo inesperado para mí. Recorrimos la ciudad en un bus para turistas, había personas de distintos lugares, en su mayoría argentinos, chilenos y brasileros. No recuerdo los nombres específicos de los lugares que visitamos, mi cabeza al parecer ya venía mal, pero escuché algunas cosas, aunque debo reconocer que no me acuerdo de nombres. Mendoza es una ciudad construida y pensada para personas, no es un azar. Es antisísmica, no posee grandes edificios. Las calles están distribuidas como el Tablero de Damero, y hay manzanas, parques y muchas plazas, creadas especialmente para que la gente visite y se reúna en estos lugares a modo de descanso o reuniones sociales, comidas, fiestas típicas, entre otras festividades de la ciudad.

Los árboles son gigantes, hay un sistema de acequias, el agua llega desde la cordillera, ¡qué sorprendente! Bajo las cunetas, existen unas especies de pasillos que hacen que el agua llegue directamente desde la cordillera, así los árboles están siempre regados y se evita que alguien tenga que hacer esta labor.

Hay una ciudad antigua de Mendoza y la otra es la nueva. Poseen barrios caros y otros más comunes. También visité varias iglesias y la excursión terminó con una visita a una Fábrica de chocolate, la cual me favoreció mucho porque pude comprar directamente los chocolates y alfajores para mi familia. Luego me despedí de mi dos colegas y me reencontré con mis amigas de departamento, la última noche en Mendoza decidimos ir a comer una parrillada al estilo de ellos, nos recomendaron Don Arturito, nos costó mucho llegar al lugar, estábamos perdidas, pero logramos dar con el restaurante. Cuando llegamos había un olor tremendo, entre aceite y carne, muy fuerte, y la gente comía en exceso, habían dos gordos que me impresionaron comían como si el mundo fuera a acabar, eso me quitó el apetito, casi preferí ensaladas, papas con verduras y la carne, en realidad picotié un poco, mis compañeras de cena también comieron poco, no es nuestra costumbre comer con tanto aceite, hay familias que gustan de comer así, pero en nuestro caso, no se usa comer tanto y con tanto aliño. Luego de comer nos marchamos, tomamos un taxi y nos fuimos directo a la casa con un dolor de pies horrible, la noche estaba cálida, sería ideal seguir en la calle, pero era tal el cansancio y el dolor de pies que ninguna de nosotras pensó en una farra mayor.

El resto fue conversar y hablar del futuro, ordenar la mochila, ver TV cable, películas y videos musicales, pensar en conocer Buenos Aires y otras ciudades más lejanas. Luego dormimos profundamente, sin recordar sueños ni interrupciones nocturnas.

19.12.07


Un tour por Mendoza y Chile

Yo hace rato que sentía que iba a reventar. En realidad, interiormente guardo y guardo momentos, gestos de otros, vivencias y eso de alguna forma me hacía sentir que yo no era fuerte, podía ser valiente para algunas cosas, pero fuerza no tenía, me sentía cada día más vulnerable. Pese a esto, tuve la intención de viajar.

Intenté cruzar la cordillera para conocer Mendoza. En invierno no logré viajar, la nieve impidió que atravesara el paso Los Libertadores, tuve que devolverme con la mochila, con el pasaje, con los pesos, eso no me agradó nada, pero sabía que podría volver a intentarlo. Pasaron unas semanas o meses, no me acuerdo y me contaron de un Congreso para Bibliotecarios que se realizaría en la Universidad de Cuyo. Inmediatamente decidí ir. Volví a preparar todo, compré el pasaje y mi padre, extrañamente, se ofreció para ir a dejarme al Terminal.

El viaje comenzó y yo me sentía muy feliz, contenta. Estaba sola, a ratos leía, luego tomé desayuno, más tarde me dediqué a mirar la nieve. Cruzar me fue agradable, tenía que tener mil ojos, porque sabía que viajar sola no es muy común, menos siendo mujer.

Cuando llegué no sabía donde ir. Tenía un billete de cien pesos, era mucha plata como para pagar un taxi, tuve que entrar a un negocio. Allí vi a las primeras argentinas, conversando de cualquier cosa trivial. Lo que menos importaba era mi presencia, elegí con calma una polera negra, remera para ellos, la cual me gustó mucho, salí con muchos billetes y centavos en mi bolsillo. Así pude tomar un auto. Todo era desconocido para mí, tomar un auto, ver gitanos, vi a un tipo con dientes de oro, eso ya no es tan habitual, quizás cuando muera alguien lo va a visitar.

Le pedí al taxista que me llevara al hotel Galicia, ubicado en la calle San Juan con Allé, al frente hay una plaza que se llama Pellegrini, algo así recuerdo.

El calor era infernal, mi mochila pesaba y cuando llegué al hotel, éste estaba lleno, pregunté alguna nueva indicación y una señora me envió a la Casa del maestro.

Podría haber coordinado mi estadía de una forma más estructurada, pero no es mi estilo, no me importa lo seguro. La Casa del maestro era una especie de residencial, en donde habían distintas actividades, como ópera, y también Yoga o algo oriental, masajistas, no sé, algo así. Me alojé allí y busqué mi habitación, tomé un par de cosas y salí a la calle, pregunté por donde ir al centro, lo que me proponía se me hacía fácil, caminé buscando lo que me agrada, llegué a los kioscos y pedí una revista que me gusta mucho, “Ñ”, es una revista literaria, de muy bajo costo, y eso para mí era buenísimo, compré tres, me fui a tomar un jugo de naranja y leí durante tres horas.

Pasadas las horas, me dispuse a caminar, di vueltas por las principales calles del centro, conversé con algunas personas, siempre he tenido facilidad para hablar con desconocidos, había un calor increíble, seco, pero la gente andaba en la calle, Mendoza es una ciudad bulliciosa, algo así como todos contra todos, pero sin violencia.